miércoles, 7 de diciembre de 2011

Por: Sueli Carneiro

Educación en un Mundo en Crisis: Límites y Posibilidades frente a RIO + 20
GT Educación
Raza y género en la construcción de un nuevo contrato social*
Sueli Carneiro
Brasil

Quiero reposicionar argumentos presentados en el 10° Encuentro Feminista, en lo que se refiere a las tecnologías de poder que determinan los desafíos que enfrentamos para alcanzar igualdad y equidad en nuestras sociedades.
En lo que concierne a la lucha feminista y anti-racista, vivimos bajo la égida de dos tecnologías de poder en operación en el mundo. Y entendemos que esas dos tecnologías de poder impiden la realización de la democracia como sistema político.
Tal como sostiene la feminista Carole Patman, hay un Contrato Sexual en vigencia en el mundo cuyo desvelamiento manifiesta el acuerdo oculto e injusto de los hombres sobre el cual se basa el contrato social ostensivamente imparcial en términos de género. Un Contrato Sexual basado en un acuerdo oculto que ejecuta en la práctica social la hegemonía masculina en el mundo.
Hay también, tal como formulado por el filósofo afro-americano Charles Mills, un Contrato Racial en vigencia en el mundo y cuyo desvelamiento revela un sistema político no-nombrado que es la supremacía blanca y patriarcal. Porque, como nos señala Charles Mills:
“ El Contrato Racial establece una sociedad organizada racialmente, un Estado racial y un sistema jurídico racial, donde el status de blancos y no-blancos es claramente demarcado, sea por la ley, sea por la costumbre. Y el objetivo de ese Estado, en contraste con el estado neutro del contractualismo clásico es, inter alia, específicamente el de mantener y reproducir ese orden racial, asegurando los privilegios y las ventajas de todos los ciudadanos integralmente blancos y manteniendo la subordinación de los no-blancos. De la misma forma, el “consentimiento” esperado de los ciudadanos blancos es conceptuado en parte como una aprobación, sea explícita, sea tácita, en el orden racial, en la supremacía blanca, en lo que se podría llamar de Blanquitud.”
Por lo tanto vivimos aún bajo la égida de un sistema político que impide la realización de la democracia en sus dimensiones de raza, clase y género. Sin embargo, en ese Contrato Racial todos los blancos son beneficiarios, aunque ni todas las personas blancas lo hayan firmado.
Entonces, la certeza de que todas las mujeres blancas son beneficiarias, pero no necesariamente signatarias de ese Contrato Racial y la certeza de que el Contrato Sexual nos limita a todas es lo que ofrece la posibilidad de alianzas y la construcción colectiva de la crítica política al Yo hegemónico que oprime a todas aunque en diferentes grados.
Y es por eso que luchamos. Por la necesidad de construcción de nuevos pactos raciales y de género en que podamos caber todas y que desafíen las hegemonías de todos. Haciendo de ese presente un amalgamado de logros, paradojos y nuevos desafíos.
Así, la contribución de las mujeres negras, indias y no-blancas en general para la teoría y la lucha feminista ha consistido en revelar como la articulación de dos tecnologías de poder, el patriarcalismo y el racismo producen géneros subalternos o desechables en función de la racialidad.
De la inmersión en ese mar de contradicciones, nosotras, mujeres brasileñas, latinoamericanas y caribeñas emergimos siempre más fuertes, osando ofertar un proyecto de radicalización democrática al Estado y a nuestras sociedades. Radicalización democrática que tiene como vocación un nuevo pacto de género y un nuevo pacto racial en oposición al Contrato Racial reservado a los racialmente hegemónicos y en oposición al Contrato Sexual reservado a los sexualmente hegemónicos. Nuevos pactos racial y de género basados en los principios de la igualdad, diversidad, participación, solidaridad y libertad.
Es eso lo que hemos venido construyendo, programáticamente, como movimiento social y que equivale a una verdadera revolución cultural y nuevos proyectos políticos para nuestros países buscando sellar un pacto de solidaridad y co-responsabilidad entre feministas negras, indígenas y blancas, en la lucha por la superación de las desigualdades de género y las desigualdades persistentes entre las mujeres a partir del compromiso con la lucha feminista y anti-racista, y la defensa intransigente de los principios de la equidad racial, étnica y de género.
Nosotras mujeres fuimos esclavizadas, discriminadas e rebajadas racialmente. Arrancaron nuestros hijos de nuestros senos. Nos obligaron a amamantar y criar hijos que no eran los nuestros.
Esa experiencia brutal explica nuestro aprecio por la libertad. Libertad que es para nosotras un principio no-negociable. Esa experiencia brutal también nos inscribió en el paradigma del Otro, del no-ser. Y ahí, en ese lugar hacia donde el eurocentrismo europeo nos dislocó, aprendemos como se producen subjetividades subalternas y hegemónicas, esclavos y señores. Porque asistimos a aquellos niños blancos que alimentamos, que hicimos adormecer en nuestros brazos confiantes, se volvieren capataces, comerciantes de carne humana, torturadores de negros revoltosos, estupradores de esclavas.
Pero es de aquella experiencia brutal que sabemos que tanto podemos educar a las personas para discriminar y oprimir como para respetar, acoger y enriquecerse con las diferencias raciales, étnicas y culturales de los seres humanos. Ese es otro desafío planteado para el futuro.
La valorización y el reconocimiento de la integridad humana de todos y todas se vuelve para nosotras, entonces, un prerrequisito y un fundamento ético más para la reconciliación de todos los seres humanos. El principio capaz de hacer con que cada una de nosotras con su diferencia pueda sentirse confortable y “en casa en ese mundo”, pertenecientes que somos todos a la misma especie y género humanos. Esa misión civilizatoria es quizás el punto más importante de la agenda de las próximas generaciones de feministas.

(*) Fragmento de comunicación presentada en el 10° Encuentro Feminista

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